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Nuestros escritores.
Luis Ignacio Serrano López

Un tonto más

Siempre había encajado mal eso de no haber tenido nunca una novia, una compañera que estuviera por lo menos un poco enamorada de el. Pero no podía dejar de vivir esa carencia como algo profundamente trágico. Los años de colegio fracasados. Él fue el gran perdedor en lo concerniente a ser un buen estudiante, sus compañeros se reían de su incapacidad, y el mismo se sentía una especie de imbecil que rallaba la subnormalidad. Por eso salió por la puerta de atrás del mundo de la enseñanza, con la cabeza gacha y la parte trasera del cuello enrojecida de tantas collejas recibidas. Se puso a trabajar en trabajos sencillos, de los que no se requería ningún gran esfuerzo mental. Un buen día se puso a trabajar de cajero de una tienda de golosinas, y le echaron a patadas por qué no sabía dar el cambio.

A sí pasó años arrastrándose de trabajo en trabajo, intentando seducir a alguna mujer que otra( por que la gran pasión de su vida eran las mujeres) pero no le hacían caso ni las feas. “ Hijo, no busques mujeres guapas, busca mujeres buenas”. Le decía su querida madre, la única mujer que le quiso y le comprendió. Se percató de que tal vez ninguna mujer le quería por que era un “don nadie”¿ pero qué tiene que hacer uno para dejar de ser un “don nadie?”. Como de momento no encontraba la respuesta, se dejó caer en los brazos del alcohol.

El día terminaba, potentes rachas de viento arremolinaban las hojas para luego estrellarlas contra muros, paredes, puertas...

Una figura renqueante se arrastraba en el ventoso ocaso otoñal. El la mano izquierda llevaba una botella de ginebra vacía, pero el hombre en su delirio alcohólico no se daba cuenta de ello. La tenía cogida como se fuera una prolongación de su propio brazo.

Las hojas danzaban frenéticamente alrededor del individuo. La situación le parecía divertida y le dibujaba una sonrisa estúpida en la cara. Le recordaba a su infancia, cuando salía a la calle a jugar con los amigos y el viento era un elemento de diversión mas. A una distancia de aproximadamente unos veinte metros, divisó un letrero de neón, pero era tal el ciego que tenía encima que solo veía una amalgama de letras luminosas. Supuso que era un bar. Avanzó hacía el.

Una vez delante del garito, se dispuso a entrar y un remolino de viento con hojas lo acompañó dentro. El local era bastante amplio, había por lo menos una docena de personas, mas eso no le importaba a nuestro protagonista, solo quería echar unos tragos. Se quedó delante de la barra ,tambaleante, con la botella colgante en el brazo izquierdo.

- ¿Qué se te a perdido? Le preguntó con cierto desprecio un tipo gordo que estaba al otro de la barra.

- Solo, solo quiero... tomar... unos, unos tragos. No... busco problemas, por, por favor.

- ¡Fuera de aquí pedazo de mierda, antes de qué te saque a patadas!

Nuestro protagonista dio una vuelta de ciento ochenta grados casi mecánicamente. Le habían dicho cosas parecidas en muchos bares, y ante la amenaza o el insulto ya tenía grabado en su cerebro las maniobras que tenía que ejecutar. Huir. Salió por la puerta hacía la noche ventosa, y se puso a deambular entre furiosos remolinos de hojas.

Ocurre en ocasiones que a uno tiene un mal día. Pasa cómo si se perdiera el talento que uno tiene o debe tener. De repente uno es una mierda, todas las cualidades que tienes son un cero a la izquierda. Eso le pasó a nuestro protagonista, junto con la descomunal resaca. Se levantó de la cama tambaleante y se asomó al balcón, pensó: “Que día tan bonito, todo lo contrarío que mi día interior”. Sabía lo que se decía ¿Cuántas veces se había preguntado por qué el mundo interior era tan feo, y el mundo exterior tan radiante de belleza y color? ¿Cuántas veces...?




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