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Nuestros escritores.
Luis Ignacio Serrano López

La gran noche

En una agradable noche de primavera, en la que soplaba una agradable y asurada brisa santanderina, iba yo en busca de la aventura, del placer, del desenfreno, de Dionisos...

Tenía, como de costumbre, poco material en el bolsillo y no me apetecía irme a casa. Había consumido aproximadamente entre cuatro o cinco cervezas, y estaba algo alumbrado en mi interior, a la euforia del alcohol se sumaba la de el ardiente viento sur. “¡Joder, no me quiero ir a casa...!” dije para mis adentros aunque nunca me comía un rosco en esta “cálida”y“generosa” ciudad presentía que era una noche especial. Flotaba algo mágico en el aire. Rasqué en mis bolsillos, metí mis manos en profundidad, y solo encontré calderilla. Bajé la cabeza y resignado me dirigí hacia la cama.

Pero amigos, cual fue mi sorpresa, que mientras andaba cabizbajo y triste arrastrando los pies, cual fue mi sorpresa: ¿Era eso que veía en el suelo un billete de cincuenta euros? Evidentemente. Y no estaba sucio ni nada. Un reluciente y flamante billete. Parecía recién salido de la Casa de La Moneda. “¡Madre mía, que suerte más grande para este pobre desgraciado que soy yo... valla juerga me voy a correr!

Fui directo al bar “Cocodrilo”, me aposenté cómodamente el la primera banqueta que vi nada más entrar, justo al lado de una mujer madura de muy bien ver.

- Perdona, no te importa que me siente aquí.- dije.

- ¿Y por qué narices me va a importar?- contestó la mujer. Empezábamos bien la noche...

Me deslicé de mi asiento, y me fui al otro lado de la barra. Lo mas alejado posible de esa borde amargada, que sin embargo estaba muy buena, pero que tenía las facultades morales bastante atrofiadas.

El Trans Metal sonaba atronador por los altavoces. La grave y poderosa voz del solista retumbaba por todas las paredes del local: ¡HAAAARRROOORGHARRRGROOOOGGG...!

- Coño, y a esto lo llaman música...-dijo el camarero.

Dios mío, este hombre debe de estar loco. Se queja de la música que el mismo ha puesto. Me dije. Me puse a mirar el repertorio de botellas que tenía en la vitrina. Había prácticamente de todo. Parecía mas una Farmacia que un bar.

- ¿Tiene absenta?- dije.

- Por su puesto amigo.- extrajo de un rincón remoto de la vitrina dos botellas; una verde y otra roja.-

La roja es más suave, pero le recomiendo la verde. Pero eso si es buen bebedor.

- Bueno así así...

- ¿Cómo que “así así”?- Se burló el tipo.

Levanté la cara y le sostuve la mirada.- Limítese a servirme una copa...-dije arrastrando las palabras.

El hombre se sonrojó y agachó la cabeza .-Vale, no se enfade...esta no es mi noche. No me encuentro muy bien...me he tomado cuatro tequilas de golpe, y creo que la botella estaba caducada.

- No se preocupe, todos tenemos, alguna mala noche de vez en cuando.- Le tranquilicé.

- Mire, como ahora me ha caído bien, le voy a invitar a la absenta.-

- Pues...muchas gracias caballero. Se lo agradezco.-

Abrió la botella absenta verde y la echó en un pequeño vaso.

- No, yo bebo directamente de la botella. Como los tíos.

- ¡Así se habla, recarajo, eso es un hombre!

- ¿Por qué no bebe de la roja y yo de la verde? Así nos colocamos en sincronía.

- Coño, que buena idea ¿No será usted marciano?

- ¿Quién Rocky Marciano? ¿El boxeador?

- ¡No, coño, un extraterrestre!

No habíamos empezado a beber, y ya estábamos diciendo majaderías. No quería pensar como acabaríamos después.

Empezamos a darle al tema. Cada uno por su lado. Al final teníamos tal cogorza, que acabamos en urgencias al borde del coma etílico. El, estaba en la cama de al lado, delirando con el cerebro a ochentaicinco revoluciones por segundo, y yo parecido.

Al cabo de unos días estábamos recuperados, y nos hicimos muy buenos amigos. Lo ultimo que supe de el, era que había quemado su bar; decía: “Solo para contemplar la sagrada belleza del fuego...” Y lo metieron en un psiquiátrico.

Consejo: No perdáis el control con la bebida. Besos.




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