Nuestros escritores. Luis Ignacio Serrano López
Una mañana fria
Por la mañana subí al autobús de las 10: 30. Tenía un poco de sueño y me senté en la fila de asientos traseros, para estar más tranquilo.
Empezaron a subir todo tipo de gente, me fijaba más en el genero femenino que en el masculino, mas que nada por mis tendencias de género. Observaba constantemente a las personas que ocupaban los asientos. Las mujeres eran de todo tipo: altas, bajas, jóvenes, maduras, guapas, no tan guapas... Tenía la absurda manía de pensar que si alguna mujer se sentaba a mi lado, iba a ser una vieja o una tía fea. Que coño... nadie es perfecto...
Pero lo que realmente quiero decir es, que si entraba una hornada de chavalas y mujeres bonitas, se sentaría en cualquier asiento antes que al lado mío.
El autobús arrancaba, y se deslizaba monótonamente hacía el centro de Santander. Observé a la gente subiéndose al bus, me fijé que las mujeres que más me atraían y vi cómo se iban sentando en diferentes asientos menos a mi lado. Entonces entró una andanada de viejas, y dos de ellas se sentaron cada una a un lado y otro de mi asiento.
Siempre decían lo mismo:-Hay, no se puede llegar vieja...
Lo que usted diga señora, je jé...- murmuré. La otra señora no decía nada, pero olía a pescado que tiraba para atrás. Me levanté y cedí el asiento a un anciano con cachaba, y así me libraba de tan “venerables señoras”.
Bajé en la parada, y empecé a andar entre la gente de la calle. Fui al bar de costumbre y vi que estaba chapado, en la persiana metálica había un cartel que decía: Cerrado por quiebra. Otra victima de la crisis, los negocios cierran a mansalva. Me di media vuelta y tiré por un estrecho callejón que me llevó a otra calle paralela más atestada de gente. Mientras andaba por la calle me puse a reflexionar sobre las dos señoras; no era la primera vez que me pasaba. Pero ¿Por qué cuando son jóvenes y guapas no te dirigen la palabra, y en cuanto están hechas unas ruinas te cuentan hasta su vida? No sé, me daba rabia... desde luego, a mí no se me ocurriría ponerme a hablar con una chica sin conocerla de nada, y menos siendo un viejo. Es cuestión de orgullo, al menos para mí.
Entré en una cafetería bastante elegante que no estaba tan llena. Había un corro de señoras y señores de la tercera edad hablando en tertulia, me pareció un sitio tranquilo.
Me acodé en la barra y pedí un café mediano. La chica que me lo sirvió parecía atractiva. Me hubiera gustado conversar con ella, pero estaba trabajando, y sobre todo yo era un inexperto en empezar conversaciones, sobre todo con chicas, había sido así toda mi puñetera vida.
-Perdona, ¿me puedes poner también un baso de agua?.- no contestó. Me sirvió el café, pero el agua no apareció ni por asomo. Al cabo de un rato de aburrimiento, dejé el dinero sobre la barra y me fui sin despedirme. Desde luego, si la próxima vez volvía a estar atendiendo esa petarda, no iba a entrar.
Me aburría mortalmente, así que cogí otro autobús y me dirigí a casa. Saqué la tarjeta y vi que me quedaban sólo un par de viajes. Bueno, mañana la cargaré si puedo, me dije.